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Por pocos, nos tachan de lo peor, dice maestra con 32 años de servicio.

  • sweetstar925
  • 15 may 2018
  • 2 Min. de lectura

Xalapa, Ver.- El primer recuerdo que tiene la maestra Marisela Navarrete Bravo de su primera escuela es la tierra congelada que crujía bajo sus pies.

Tras más de tres meses de espera recibió la confirmación de que al fin tenía plaza, y que debía presentarse en Altotonga; originaria de San Juan Evangelista, Marisela no tenía idea de dónde quedaba ese municipio, y el frío de enero le calaba los huesos, mientras caminaba por las mañanas tres kilómetros para llegar a la comunidad donde se encontraba la escuela.

“A pesar del frío para mí todo era una novedad, estaba muy feliz de que me hubieran dado mi plaza y que al fin iba a hacer algo de bien”, indicó con la mirada cargada de recuerdos.

UN SUEÑO FAMILIAR

La maestra Marisela ahora tiene 32 años de servicio y 53 de edad, toda una vida “sembrando semillitas”; para ella ser docente es “haber realizado un sueño de niña; mis juegos eran a la escuelita, y yo quería ser maestra para calificar —ríe—. Soy la más chica de ocho hermanos y honestamente éramos muy pobres, pero yo quería hacer algo más; mi sueño era ser maestra, y yo creo que vieron que era tanto mi deseo, que todos mis hermanos me apoyaron para que yo cumpliera ese sueño”, comparte con voz entrecortada.

Y ese anhelo se convirtió en un sueño familiar. Marisela recibió de todos sus hermanos —quienes apenas terminaron la primaria porque tuvieron que trabajar— apoyo incondicional: uno le daba la mochila, otro más los cuadernos, otro daba algunos pesos para que pudiera llegar más allá que todos y lo hiciera por todos. “Cuando terminé la escuela fue un orgullo para todos: mis hermanos, mi papá, mi mamá”, indicó con los ojos convertidos en pequeñas nubes cargadas de agua.

Pero en Altotonga sólo duró un par de meses y luego de trámites que parecían interminables, en los que la falta de dinero era su preocupación, logró que la asignaran a una primaria perteneciente a Jáltipan, pero cercana a Minatitlán.“Cuando me dijeron adónde me iba me puse feliz, ¡cerca de mi tierra!, pensé, no lo podía creer”.

Y del frío pasó al pastoso calor del sur, ahora en lugar de las hojuelas de hielo tenía que viajar hora y media en lancha por un río verdoso hacia su nueva escuela. “Yo no contaba con los recursos para ir y venir diario, así que ahí me quedaba hasta por 15 días en la comunidad”, indicó Navarrete Bravo.

Diario de Xalapa.

 
 
 

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